CASTAÑERAS DE MADRID

Se podría decir que al grito de ¿Cuántas? ¡Calentitas! quedaba inaugurada la época de frío en Madrid. Las castañeras, con sus anafes y espuertas, solían ocupar las esquinas o las aceras de las calles más o menos transitadas, dispuestas a pasar inmóviles sus largas jornadas laborales de frío o de lluvia.


Fotografía de Jean Laurent (1901) memoriademadrid.es
Castañeras con su viejo anafe en una calle de Madrid.

Un capacho para transportar las castañas, otro para carbón o la leña que alimentaba el fuego del imprescindible hornillo, el fuelle con que se atizaba la lumbre, una pequeña silla, tablones para resguardarse del viento y un ocasional paraguas con que protegerse del aguacero eran transportados cada día por estas trabajadoras, en su mayoría mujeres.

La venta de castañas asadas o cocidas ya se hacía en Madrid durante el siglo XVIII. Había castañeras ambulantes que llevaban su mercancía en recipientes de barro envueltos en trapos, con el fin de mantener el calor, tras haberlas preparado en su casa. Más tarde, el duro trabajo pasaría por instalar todos los aparejos en la calle, librando las cocinas del humo y apañando las piezas según hubiera mayor o menor clientela.


Fuente: memoriademadrid.es
La castañera y su clientela, en el siglo XVIII

Los primeros años del pasado siglo parece que trajeron cierta modernidad a los utensilios para asar las castañas. De esta forma, el viejo castañero de barro fue reemplazado por un pequeño fogón de hierro con tapadera, que disponía en su interior de una plancha con agujeros que dejaba pasar el calor del fuego. Sobre esta superficie se colocaban las castañas, a las que previamente se había dado un pequeño corte para que no estallaran, removiéndolas sin cesar con un badil hasta que su cáscara quedase tostada y su interior tierno. 


Fuente: hemerotecadigital.bne.es (1933).
Castañera con su fogón de hierro y su badil en la mano.

Muchos vecinos habían conocido a la castañera de su barrio siendo aún una joven mujer. Más tarde vendría acompañada por sus hijos pequeños, a los que instalaba en un cestillo cercano a la lumbre. Años después, convertida en una viejecita de manos curtidas, continuaba ganándose la vida vendiendo el cucurucho de ocho piezas a una perra gorda de peseta (precio del año 1930).


Fotografía de Martín Santos Yubero (1970) madrid.org
Esta castañera se situaba junto a la estación del metro de La Latina de Madrid.

La venta callejera de flores, melones o sombreros de cartón en las verbenas, las rifas de alimentos a la puerta de los mercados y despachar tragos de agua fresca a la puerta de los toros o de los jardines eran los recursos estivales de estas mujeres, hasta que llegase el frío invierno nuevamente.


¡A mis castañas, que en Madrid no se comen más resaladas!

Sainete original de Ramón de la Cruz “Las castañeras picadas” (1787).


Homenaje a las castañeras. ¡¡¡ Feliz 8 de marzo !!!



Fuentes:

hemerotecadigital.bne.es

madrid.org

memoriademadrid.es

Comentarios

  1. Me encanta recordar a mi abuelo cuando nos compraba las castañas y nos quitaba los guantes. Decía que las castañas calentaban mucho más y encima, alimentaban.

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    1. Todos los abuelos han hecho lo mismo, en especial aquellos para quienes las castañas asadas eran las golosinas de hoy.
      Gracias por compartir tus recuerdos, Carmina.

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