LA MANIGUA Y UN CAFÉ ECONÓMICO DE LA CALLE DE EMBAJADORES.

Desde que la Cerca de Felipe IV fue derribada, allá por los años sesenta del siglo XIX, Madrid empezó a crecer. Por entonces la calle de Embajadores cortaba su itinerario en lo que hoy es la glorieta del mismo nombre, donde estaba ubicado El Portillo o pequeña puerta de acceso para atravesar aquella muralla.
 
Poco a poco comenzaron a surgir nuevos edificios y negocios en este tramo proyectado como ensanche de Madrid, dándose nombres a las incipientes calles.


Fuente: idehistoricamadrid.org. Plano de Facundo Cañada (1900). Señalado con el nº 1 el merendero de La Manigua, con el nº 2 la Taberna de Malagorra y con el nº 3 la glorieta de Santa María de la Cabeza.



La urbanización efectiva del sector terminaba, a finales del siglo XIX, en la que hoy es glorieta de Santa María de la Cabeza (entonces ya diseñada, pero aún sin denominación). A partir de esta plaza daba comienzo La Manigua.
 
Los periódicos de la época hacen referencia a la zona, barriada o arrabal de La Manigua a partir del año 1899, mencionando a un ventorro, baile y taberna que con ese nombre vino a instalarse en la manzana que hoy se ubica entre las calles de Cáceres, Batalla del Salado y Embajadores (por entonces denominada paseo Blanco, en este tramo).

Fuente: idehistoricamadrid.org (1900).
Junto a la hoy calle de Embajadores, entonces paseo Blanco, los negocios de La Manigua y Malagorra, junto a talleres de mármol y fundición.

La zona de La Manigua era en aquella época famosa por sus merenderos y por la gente del bronce que a ellos acudía en busca de camorra. A su alrededor, con las calles ya proyectadas pero sin urbanizar, había algunos negocios dedicados a la fabricación de yesos, tejas, fundición de metales y tallado de mármoles.

Junto al ventorro de La Manigua, que fue propiedad de Enrique Abad Caballero, estuvo además la Taberna de Malagorra, cuyo dueño lo era también de varias tiendas de vinos en Madrid.

Parece que el nombre de esta pequeña barriada se mantuvo hasta el final de los años veinte del siglo pasado, cuando desapareció el ventorro. Después, sólo los viejos del lugar recordarían dónde estuvo y lo que fue una de las zonas más pendencieras y con mejores meriendas del sur de Madrid, citada por el escritor Pío Baroja en sus novelas de la trilogía “La lucha por la vida”. 

Por encima de la zona de La  Manigua, subiendo por la calle de Embajadores hasta la glorieta, se ubicó el último café económico que cerró en Madrid.


Fuente: memoriademadrid.es (1971).
Fachada del café económico de la calle de Embajadores.


A mediados del siglo XIX los cafés se popularizaron en Madrid. Las viejas botillerías dieron paso a estos nuevos negocios más limpios y mejor servidos, que se convertirían en lugares de tertulia y distracción.

No todos los cafés tenían los mismos servicios ni estaban decorados con lujo, por lo que en sus consumiciones el precio oscilaba. Surgirían así los cafés económicos que ofertaban productos más baratos hechos con géneros de menor calidad, como el café de recuelo o la malta, el chocolate con mezcla de otros ingredientes acompañados de las porras, los churros y las bolas o pequeños buñuelos.

Así fue como en el número 76 (antiguo 78) de la calle de Embajadores abrió, allá por el año 1907, el Café de Atilano Domingo, que se convertiría en el último de su clase que se mantuvo activo en Madrid.

En una casa baja y alargada, construida en los primeros años del siglo XX y que también contenía otros pequeños negocios del barrio, vino a instalar Atilano aquel café que permanecía abierto casi las veinticuatro horas del día.


Fuente: memoriademadrid.es (1971).
Salón del café económico de la calle de Embajadores.

Iluminada durante el día por la luz de sus tres ventanas y de la puerta de acceso al local, una gran estancia alargada, con la barra situada a la derecha, tan sólo contaba con la decoración de un friso de azulejos, un reloj y algún cartel en sus paredes pintadas de blanco. Mesas de mármol y hierro, bancos corridos y taburetes de madera eran los únicos muebles de este café que cerca de su puerta mostraba los productos para la venta, recién sacados de la enorme caldera. Al fondo del recinto estaba el fogón, bajo una espaciosa chimenea.

Sus parroquianos eran trabajadores del barrio, transeúntes o aquellos que no tenían otro espacio para descansar y comer algo caliente, durante las frías noches madrileñas.

Fuente: memoriademadrid.org (1971).
Churros, buñuelos y porras, junto a los juncos, del café económico de Embajadores.

La copa de cazalla, seguida del café con leche acompañado por una ración de  calientes churros o buñuelos, era el desayuno de aquellos que decidían consumirlo en el salón. Para el resto del vecindario un junco de río, con churros y bolas insertadas, era el envase que se proporcionaba para transportar los condumios a las casas.


Fuente: 2.munimadrid.es (1997).
Fachada del café económico de Embajadores, poco antes de desaparecer.

Con el tiempo el Café Económico de Atilano Domingo iría prosperando y modernizando el local, hasta que la especulación de los años finales de la década de los noventa dio al traste con el negocio y con la casa de una sola altura que desde principios del siglo XX se había levantado en el número 76 de la calle de Embajadores.





Fuentes:

Idehistoricamadrid.org
Hemerotecadigital.bne.es
Memoriademadrid.es
2.munimadrid.es

Comentarios

  1. Muchas gracias por tu comentario.
    También puedes seguirnos en el canal de YouTube "Antiguos Cafés de Madrid", te sorprenderán los vídeos que hacemos.
    Saludos.

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  2. Ahí tomé yo más de una noche (de esas que se alargan) un delicioso café con leche con churros en sus mesas no exentas de una fina capa aceitosa. Más tarde lo cambié por desayunos antes de empezar a trabajar. Magnífico ambiente, magnífico café, magníficos churros y un servicio eficacísimo. ¡¡Puro Madrid!!

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    1. Gracias por aportar tus recuerdos, sobre este antiguo café, a nuestro blog.
      Desde luego que era "puro Madrid".
      Saludos

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