DE ALOJERÍAS, BOTILLERÍAS Y CAFÉS EN LA CALLE DEL PRADO.

A menudo se conoce a la calle del Prado como la del Ateneo porque desde el año 1884, esta sociedad privada declarada de utilidad pública tiene su sede en el número 21. Pero mucho antes de la llegada del Ateneo de Madrid ésta era ya una zona de esparcimiento, de sitios donde “tomar algo”, que contaba con una alojería que luego tornó en botillería y posteriormente con numerosos cafés.

Foto: ateneodemadrid.com
Fachada del Ateneo de Madrid, tras su inauguración.
 
Las alojerías provienen de la época en que los árabes dieron en llamar Magerit a este territorio conquistado. Eran tiendas en donde se fabricaba y vendía la aloja, bebida refrescante compuesta por agua con nieve, miel, aromatizada con especias finas, como la canela y muy anterior a la horchata. Quevedo, Lope de Vega e incluso Moratín, hacen mención de las alojerías en sus obras. Pero a finales del siglo XVII estos establecimientos se fueron transformando gradualmente en botillerías. 

Cuando Madrid aún se remataba con los árboles del prado de San Jerónimo y con las huertas del de Atocha (lo que hoy es en su conjunto el Paseo del Prado) en la última década del siglo XVIII, estos establecimientos estaban de moda. 

Las botillerías eran lugares de paso en los que tomar vino, licores o refrescos al salir de los toros o de cualquier otro espectáculo. En su inmensa mayoría eran locales oscuros y bastante sucios, alumbrados por candiles y llenos de humo, con ventanas pequeñas, pocas mesas y una larga barra en la que solía haber un ejemplar del periódico “El Mercurio de España”, a disposición del público. No eran centros de reunión para las tertulias ni para pasar la mañana o la tarde, como luego se haría en los cafés. 

En la calle del Prado se encontraba la botillería de los Balbases, muy conocida en todo Madrid y que en el año 1796 estaba en su máximo esplendor, siempre llena. Pero todos estos establecimientos fueron desapareciendo en el segundo tercio del siglo XIX con la llegada de los cafés; más limpios y amplios, con mesas donde degustar las consumiciones y, sobre todo, donde desarrollar las tertulias. 

El café de Venecia estuvo situado en la calle del Prado esquina con la del Príncipe, junto a la plaza de Santa Ana. Este café fue abierto al principio de la Década Ominosa (últimos años del reinado de Fernando VII) y se mantuvo hasta finales del siglo XIX. 

Felipe Juliani era el dueño del café de Venecia y él mismo fabricaba los licores finos que vendía en su establecimiento, además de los refrescos de limón o naranja, el “agraz” frío (zumo de uva sin madurar) y los “quesitos helados” los días festivos. El local contaba con un concurrido billar y era muy popular entre los comediantes, que lo frecuentaban con el fin de contratar sus trabajos. 

El café de Levante se encontraba en la calle del Prado, número 10 (antiguo). A finales de la década de los años 50, del siglo XIX, la Puerta del Sol fue completamente remodelada para levantar los edificios que podemos ver hoy y así, el primer café de Levante (situado en una de las casas que fueron derruidas), se traslada a su nueva ubicación de la calle del Prado. 

Fuente: Hemeroteca B.N.E.
Esta es la "muestra" de Alenza que había sobre la puerta del café de Levante.
 
Este café era muy famoso por la “muestra” del pintor Leonardo Alenza Nieto (1807-1845) que había sobre su puerta de acceso. Dicho cuadro representaba una partida de ajedrez con el gesto satisfecho del ganador, la expresión de enfado del perdedor y los rostros variopintos de aquellos que presenciaban el lance. Alenza pintó varios cuadros con escenas del café de Levante, en uno de los cuales aparece un parroquiano ilustre: Francisco de Goya y Lucientes. La obra que el pintor Alenza realizó sobre el café de Levante fue vendida al volver a trasladar este negocio a la calle del Arenal, número 15 y, tras pasar por varios compradores, fue adquirida por el mecenas José Lázaro Galdiano

Fuente: cervantesvirtual.es
"Café de Levante", Leonardo Alenza.
 
También en la calle del Prado estuvo el café el Dorado al que solía asistir el músico Tomás Bretón Hernández (1850-1923), compositor de “La verbena de la Paloma”. En los años veinte, del siglo pasado, este café ya era sólo una excelente sala de billar. 

El café del Prado fue el más famoso y duradero de todos los cafés de esta vía que abrió sus puertas haciendo esquina con la calle del León. En los años sesenta del siglo XX cierra para convertirse en un anticuario, pero actualmente un nuevo café se asienta en este mismo recinto. 


Foto: M.R. Giménez (2012)
Aquí estuvo el antiguo café del Prado.
 
Los orígenes de este café del Prado (porque antes hubo otros con el mismo nombre) se remontan a la sexta década del siglo XIX. Alrededor de 1870 un joven Tomás Bretón tocaba allí el violín los domingos, acompañado al piano por Teobaldo Power Lugo-Viña (compositor de “Cantos Canarios” obra de la que luego saldría el “Himno de la Comunidad Autónoma de Canarias”). Cierto domingo los músicos recibieron la visita de un audaz joven de diez años, con una gran melena y dotado de una prosopopeya asombrosa. El niño se acercó a los músicos y comenzó a hablar de sus conciertos, de sus triunfos y anunció su próximo viaje a América. Este muchacho se llamaba Isaac Albéniz Pascual (1860-1909). 

El antiguo café del Prado tenía dos puertas, una por la calle del León y otra por la del Prado. Decoraba sus techos con pinturas de pequeños ángeles que realizaban las tareas propias del café y por sus mesas pasaron: Gustavo Adolfo Bécquer (que escribió aquí parte de sus “Rimas y Leyendas”), Marcelino Menéndez Pelayo y Santiago Ramón y Cajal, quien gustaba de ir cada tarde a hora temprana y ocupar en soledad una mesa del fondo, para escribir la obra “Charlas de café”. 

Foto: Hemeroteca del ABC.
El café del Prado antes de su cierre.
 
Años más tarde, en la década de los veinte del pasado siglo, otros jóvenes como Luis Buñuel, Federico García Lorca, Benjamín Jarnés, Humberto Pérez de la Osa y Rafael Barradas, también hicieron del café del Prado su lugar de encuentro. 

Foto de Guillermo de Torre
Miembros de la Generación del 27, ante el café del Prado.
 
Cuando ya en la última época de este café el actor Manolo Gómez Bur y el académico Melchor Fernández Almagro asistían a sus tertulias, el camarero Dionisio, que era toda una institución, siempre contestaba al saludo: “¿Qué hay, Dionisio?” con un “Mucho mal y mal repartido”. 




Fuentes:
“Guía de Madrid” A. Fernández de los Ríos.
“Las calle de Madrid” Pedro de Répide.
“Pombo” Ramón Gómez de la Serna.
Hemeroteca ABC.
Hemeroteca B.N.E.
Ateneodemadrid.com

Comentarios

  1. Mucha añoranza, cafés tan originales nunca debieron perder su utilidad.

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  2. Completamente de acuerdo. Parece que siempre ha habido quien desea que la historia de Madrid y sus cafés desaparezca. Una pena.

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  3. Pues habrá que hacer algo! Por ejemplo, felicitarte por un portal tan excelentemente documentado, bien presentado y escrito (y esto sí que son logros que despiertan añoranza en la era del guasap). También te comunico que me he permitido, siguiendo la indicación de la licencia CC que generosamente muestras y ofreces, tomar parte del contenido -sin fusilarlo- para mejorar algunas entradas de Wikipedia. En nombre de sus usuarios, gracias.

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  4. Upande, eres muy amable por tu comentario sobre este blog de los Antiguos cafés de Madrid.
    Estaría bien que, de utilizar la información que aquí se aporta para realizar cambios y mejoras en cualquier otro texto, hicieses referencia al nombre de este blog y, como en muchas ocasiones aparece en es.wikipedia.org, pusieras un enlace con http://antiguoscafesdemadrid.blogspot.com
    Muchas gracias.

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